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DE UN ESPÍRITU —O UN DIOS— CANSADO

DE UN ESPÍRITU —O UN DIOS— CANSADO

En un mundo olvidado,

Un ser finito aspiró a ser eterno.

Eterno,

Cual dios creador,

Anhelo —un día— la muerte;

Pues la vida era una carga

—demasiado pesada—;

Y quería —él— ser ligero.

Si tuviéramos tiempo para hablar sobre la vida de éste individuo, perderíamos nuestro valioso tiempo evocando palabras sin ningún significado —¡nulo significado! —; pues el intento desesperado de un hombre por representar una realidad anterior a la existencia de un individuo que no existió hasta pasados sus veintidós años, es una tarea inútil. No obstante no deben ser malinterpretadas mis palabras ya que pensar que el pasado de la vida de un hombre es, a lo más, una etapa que puede —y podría—, según la necesidad, estar condenada al olvido, es una irresponsabilidad; —y no ha de ser aquella la interpretación de mis palabras. Todo lo contrario. Es necesario, más que ninguna otra cosa, recordar nuestro pasado para forjar un futuro, mientras el presente se nos escapa de las manos; —y aquello no debe importarnos. Habiendo aclarado aquello —y consciente de la necesidad que me inspira a relataros ésta historia— afirmaré que, especialmente su pasado, no debe ser considerado una especie de memorándum digno del recuerdo pues, ¿a quién le importan los efímeros años de la vida de un individuo que, a lo largo de la misma, no hizo más que ir y venir de la escuela —y posteriormente del liceo— como si fuera un vulgar autómata sosegado por el tiempo? Evocar ese pasado no valdría la pena, y es que en verdad no tendríamos nada que decir. No obstante, ¿por qué tomarnos el tiempo para hablar sobre su presente? Es una pregunta de difícil contestación; —especialmente cuando intentas no establecer ninguna conexión con una vida anterior a la propia existencia del individuo que te propones representar. Una tarea, por lo más, imposible; pero que muchos otros se han propuesto realizar; —y yo he hecho lo propio.

Os haré la siguiente pregunta: ¿Cuándo un ser humano se vuelve consciente de aquello que ocurre a su alrededor y en el interior de su propio ser? Sin lugar a dudas —entre los lectores—, podrían formularse una y mil respuestas diferentes, que a su vez podrían explicar un sinnúmero de fenómenos, así como los actos y las decisiones de los individuos que las toman. Pero, ¿es aquella la pregunta correcta? A pesar de todo nuestro conocimiento y experiencia desconocemos aquello que parece ser la base de todo aquello que conocemos; —o al menos aquella era su percepción sobre el tema…

En una habitación en que los rayos de la luz solar apenas logran penetrar, un hombre se encuentra recostado sobre su cama. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que tuvo una razón para levantarse, pero eso no le importa. Así como tampoco le importa el haber abandonado su hogar —por última vez—, hace aproximadamente tres meses; —salvo esporádicas caminatas con la intención de ir a comprar pan; pues incluso el ensimismado necesita pan y agua para sobrevivir, ¿no? Eso no es sobrevivir —¿quién podría llamarlo así? —; pues no es más que la extensión del sufrimiento interno, que ni siquiera el más reflexivo y contemplativo de los hombres podría —un día— comprender. Y se sume —cada vez más— en su abismo; —el abismo insondable de su propia perdición.

La vida de un hombre que ha perdido toda esperanza y que ha abandonado toda creencia, podría resumirse —muy malamente— en aquellas pobres palabras; —que ni siquiera representan una realidad. Sin embargo, debería agregar que, incluso el más cansado de los hombres, podría un día cansarse de estar siempre cansado, y levantarse para vislumbrar la luz de un nuevo día. Aquel fue el caso de éste ser que, un día —como agobiado por oscuras entidades—, se levantó presurosamente; —al instante mismo en que pensaba y escribía las siguientes palabras:

«Encerrado en estas cuatro paredes, un hombre podría llegar a amar la soledad; pues al momento de abandonar su encierro, se sentiría como un extranjero —surcando los mares de aquello que un día creyó conocer. Y no digo con esto que la sociedad sea la enemiga de nosotros —los que hemos amado el silencio—; sino que afirmo la idea de que somos conscientes de que ninguno de ellos podría comprender el significado de nuestro ensimismamiento, o al menos eso es lo que creo; —en mi ingenuidad. Y es que existe una necesidad que nos inspira, a nosotros —los otros—, a alejarnos del tumulto y de las verdades que el cúmulo de ciudadanos profesa —tan airadamente. Pero, ¿es nuestra consciencia de sabernos diferentes lo que nos inspira a alejarnos? Muchas veces ni siquiera nosotros —los otros— lo comprendemos. ¿Cómo es eso posible? Nos afanamos en rehuir todo lo conocido, y en ocasiones nos reímos de aquellos insulsos e inconscientes seres que viven una vida automatizada, y condenada, por lo más, a la esclavitud de un sistema; —en que el individuo es esclavo y verdugo de sí mismo. ¿Aquella es nuestra real consciencia? Vale decir: ¿que sus vidas carecen de todo significado? ¿En realidad carecen de significado? Afirmarlo sería una estupidez; pero en ocasiones no es un error —al menos entre la juventud de la cual formo parte. Y es que no hay significado en mi vida; —y generalizar es también una estupidez.

He visto a hombres, amigos, entregarse a los vanos y efímeros vicios en búsqueda de placer, y, salvo contadas ocasiones, con la intención de encontrar una respuesta superior a sus propias facultades, condenadas todas a despreciar lo único que verdaderamente les pertenece —¿verdaderamente nos pertenece? —; nuestra capacidad para dar sentido a todo esto que llamamos “existencia”, se ha esfumado. Y no podemos encontrarla —¿tendríamos que hacerlo? —; algún peso habrán de tener nuestras esperanzas, calcinadas.

Yo decidí alejarme de todo eso. Es decir, ¿realmente había logrado algo? A pesar de haber vivido como un verdadero autómata, cuya necesidad última era la de pertenencia, siempre fui consciente de lo que hacía —en eso no puedo engañarme. Pero la decisión que tomé, ¿fue correcta? Con el tiempo me ensimisme cada vez más en mí mismo, con la errónea concepción de que tenía la intención de comprender el “por qué” de que existiéramos, el “por qué” de que debamos existir. Es decir —me decía—, ¿es realmente necesario? ¿Si existiéramos o no, cambiaría algo? No somos más que un pequeño punto en un gran mapa llamado vía láctea. ¿Qué significado oculto podría haber en todo aquello? Es decir, ¿cuál habría de ser nuestro propósito? ¡Ninguno! —fue mi respuesta. Pero no era lo suficientemente maduro como para comprenderlo. En realidad, la existencia —nuestra existencia—, si tenía significado. Pero el hecho de que nosotros, como seres individuales, debamos encontrar —darnos— ese significado —¡o suicidarnos sin más! —, es una carga demasiado pesada —para quien no quiere cargar ningún peso. Y es que, ¿qué importa una vida más o una vida menos? Es evidente que estaba equivocado; pero no muy lejos de concebir una meta propia. ¿Una mera propia? Sí, una meta propia; —un fin último para luego descansar y vislumbrar el ocaso de mi propio tiempo; pues incluso un “dios” puede descansar. Y mi meta habría de ser superada por alguien más —¿no era aquel el fin último de todo esto? —; es una simple reflexión. Una reflexión que no coincide con el método adoptado por nuestra acelerada sociedad… ¿Pero acaso importa ya? Yo creo que no. Es decir, somos organismos en constante y perpetua evolución, condenados a equivocarnos y a rectificar eternamente nuestro camino, en un mundo que ni siquiera hemos logrado comprender en su totalidad.

Una multitud de preguntas aún presiona fuertemente el interior de mi ser, que aún no tiene claro el camino que ha de tomar. Pero, a pesar de todo, es momento de levantarme; pues lo único que sé es que somos creadores, indómitos seres domados, no por otros, sino por nosotros mismos; —condenados a definir y re-definir el significado de las palabras cuyo significado creemos conocer. Y lo desconocemos.»

Y en el pasado quedaron los días de pesadez y desgano, que, como muchas otras cosas, regresaron; —para ser suprimidas por un propósito auto-impuesto, que un día encontraría un final —por siempre esperado.